11.09.2012

Cacerolas y orgullo


Ayer iba caminando por Boyacá con mi mamá, rumbo a la marcha o cacerolazo, y sentí varias cosas.

Por un lado pensaba, con el recuerdo de la marcha anterior, que seguro iban a descalificarnos a los que participamos, que iban a decir que eramos unos pocos, que somos oligarcas terratenientes interesados en viajar a Miami y golpistas. Que pensamos en el dólar de todos los colores, que queremos importarnos licuadoras de última generación y que además de todo, la cacerola que golpeábamos era una Essen.

Sentí bronca por sentir que nadie escucha, bronca por no sentirme representada por ningún partido ni persona, bronca por empezar a tener miedo de salir de casa y no volver con todo lo que salí, bronca por que mis sobrinas no tienen la libertad que tenía yo de salir a la vereda y jugar sin que sea un riesgo.
Bronca por no sentirme protegida por la justicia, por saber que el que lastima tiene mas derechos que yo, bronca por no poder proyectar un futuro con un techo propio, bronca por que me cobran impuesto a las ganancias en un sueldo con el que no tengo posibilidad de ahorro.
Bronca por saber que hay 51 personas que no volvieron a sus casas ese 22 de febrero y que 9 meses después nadie hizo nada y las cosas siguen igual o peor. 
Bronca porque nos mienten diciendo que los precios no suben, porque nos dibujan números y estadísticas cuando al pueblo le interesa llegar a fin de mes.
Bronca de los modos, de las palabras hirientes, de la soberbia, de la sed de poder.


Pero también sentí mucho orgullo de ser hija de mis viejos. 
Orgullo porque me enseñaron a no conformarme, a luchar por lo que quiero, a decir las cosas, a escuchar, a proponer, a respetar y hacerme respetar. Orgullo de saber que fueron dos laburantes que pelearon el mango toda la vida, que construyeron de a poco el techo bajo el que crecí.

Mi mamá ayer se preparó, se armó la mochilita con un jarrito donde yo aprendí a hacer la salsa blanca, su cucharita de madera y fue a buscar ese espacio donde decir lo que tantos no quieren escuchar.

Gracias por enseñarme que no hay que rendirse y a seguir creyendo.

Nota: el jarrito no era Essen.

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