3.28.2024

Un choripán con el Nono



Ayer me fui a la tarde en busca de un lavadero de coches que lavara chasis. Hoy temprano tenía turno en la VTV y esa pequeña pérdida de aceite que tiene el Rolet es un potencial problema para aprobarla. Llegué al primer lavadero y ya estaban cerrando. Mapa en mano me puse a buscar alternativas y terminé en Juan B Justo con el coche arriba de una plataforma manguereado con ganas. Con las partes limpias me fui a dejar el coche cerca del playón para que no se siga manchando y me volví a casa en el colectivo. Mientras volvía hablé con el Nono y me dijo, mañana te llevo y vamos juntos. 

7:25 el Nono estaba en casa, salí con el mate y arrancó nuestra aventura. Llegamos al Rolet e hicimos la cola para arrancar con la verificación. Pasamos por todas las postas y el resultado…… RECHAZADO. ¿Motivo? Gases…… Pueden volver antes de la 5 y repetir la prueba.

Salimos agridulces, felices porque el aceite no era un problema, pero dudando lo que pasaba con esos gases. ¿Será la nafta? ¿Será el filtro?

Ahí se puso en juego la sabiduría del Nono, mecánico de profesión y buscador de soluciones de hobby. Frenamos en un lubricentro, compró unas pociones mágicas hizo unos movimientos y arrancamos, en busca de alguna autopista que nos diera espacio para la velocidad. Nos subimos a la Dellepiane, cruzamos a Ricchieri y doblamos para la 205.

¿Y si nos comemos un choripan en Cañuelas? Mucha risa, que loco todo….. pero la idea del chori quedó en el aire.

Se nos vino el atasque, todo el mundo escapa de la ciudad en este feriado largo y se empezó a complicar llegar a Cañuelas. Cartel verde, flecha, vamos a Luján. Nos fuimos por la ruta 6, ni un puesto rutero. Se nos terminó el mate y el olorcito del choripan imaginario nos iba llamando. ¿Y si entramos al centro de Luján? Y dale.

El cartel nos dio la bienvenida a la ciudad de la Fe, cruzamos el centro, vimos la catedral y frenamos a consultar a un lugareño ¿Dónde podemos comernos un chori?

Rotonda, otra rotonda y ahí estaba…… el puesto. Nos acercamos tímidamente, el puesto estaba solo con dos personas. Buen día, pasen, pasen. Y ahí estaba… el chulengo humeante. El parrillero amigo abrió dos panes lindos, gorditos, de esos que no te lastiman el paladar. El chori abierto en mariposa y dos frasquitos, chimichurri o salsa criolla. Ahí el dilema. Ante la duda y el temor a que pique mucho, fuimos a lo seguro. Salsa criolla y yo un chorrito de mayonesa.

Nos acercamos a unas banquetas negras plásticas, usamos una tercera de mesa para las bebidas y en ese instante nos dimos cuenta, que todo lo no habíamos planeado estaba siendo nuestro mejor plan.

Comimos, bebimos y charlamos con un señor que venía de Chacabuco en moto. Con la panza llena y el corazón contento arrancamos la vuelta. Volvimos a la ruta 6 y enganchamos el Acceso Oeste. Le dimos velocidad, cambio bajo y muchas revoluciones. El Rolet estaba a toda marcha, confiado, a buscar una nueva oportunidad. Bajamos por General Paz y después de unas vueltas volvimos al playón de la VTV. El momento de la verdad. Pasamos las postas, esperamos el veredicto y…… APROBADO!


Así que amigos, si tu día se complica, hay un choripán en Luján esperando para hacerte la vida mas feliz.


1.22.2022

Acuarelas




Decidí esa tarde tomar el tren en lugar del colectivo, caminaba un poco más pero el viaje iba a ser más corto. Bajé por Florida hasta Plaza San Martín, no estaba repleto de gente aún, uno de los beneficios de no tomar vacaciones en enero. Atravesé la plaza y antes de la lomada me llamó la atención una chica. Estaba sentada sola, tomando sus rodillas entre los brazos y sonriendo aparentemente a la nada. Volví sobre mis pasos y traté de seguir el recorrido de su mirada y ahí lo vi. Él estaba sentado apoyado en un árbol. Sobre las rodillas tenía un cuaderno de hojas grandes y al rededor un estuche con acuarelas y pinceles. Ella veía parte de su espalda y tenía acceso directo a su mano izquierda. El estaba en su mundo, midiendo en el aire distancias con un lápiz mientras cerraba un ojo y luego llevaba esas dimensiones al papel, marcando la altura de la Torre de los ingleses en líneas finas y poco definidas. 

La curiosidad de ella llamó a mi curiosidad así que me quedé expectante de esa escena. El dibujando, ella mirando y yo espectadora de esa historia. 


Cuando terminó de bocetar en lápiz comenzó a aguar los colores. Tomó un poco de  azul marino, un gris y un poco de blanco y en la tapa de su estuche comenzó a mezclarlos. Con otro pincel limpio humedeció la hoja y luego empezó a dibujar su cielo. Ella sonreía mientras el color se iba esparciendo por la hoja, haciendo caminitos entre el agua y la textura. Un poco más oscuro en el horizonte y dejando espacios en blanco simulando algunas nubes.

El limpió el pincel y comenzó a preparar el color para el verde que simularía los jardines con el contraste del blanco de las veredas. En el medio de la hoja quedaba el espacio dónde comenzaría a pintar la torre, las ventanas, el balcón, el reloj y las palmeras que la acompañan.

Ella miraba atenta, por momentos parecía que contenía la respiración, por momentos se relajaba y el cuerpo lo tiraba para atrás. 


Después de unos minutos, con la hoja seca el tomó el plumín y comenzó a trazar las líneas en negro que definirían las formas. Las rejas, los vidrios y marcos de las ventanas, las hojas de las palmeras, las agujas del reloj y los números romanos. Ella estiraba su cuerpo para acercarse lo más posible sin que el la viera. Alargaba el cuello y con los ojos entre cerrados trataba de no perderse un solo movimiento, como si de cada uno de ellos dependiera entender el resultado. 

Él lo firmó, quitó la cintas que usó para definir el límite del dibujo y lo levantó en vertical sobre su pierna, dándonos acceso a ella y a mí a ver el resultado final. El nos miró y sonrió. Ella nunca me vio.