9.27.2021

El bar de Alma

 

 

 

El bar de Alma

-      Hola, ¿puede ser un cortado en jarrito?

Alma trabajaba esa tarde en el bar, como todas las tardes y días desde hacía ya varios años. Conocía a la perfección a su clientela, pueblo chico infierno grande solía pensar. Giraba las manijas de la cafetera, espumaba la leche y no tenía que pensar en sus movimientos, su cuerpo ya los conocía de memoria. Jarrito, bandeja, unos sobres de azúcar y uno de edulcorante por si Alberto decidía que hoy retomaba la dieta.

Volvió a la barra hojear una revista ya vieja con famosos que viajaban por el mundo remarcando lo felices que eran en sus lujos y frivolidades. Cerró la revista y se quedó mirando por la ventana. El reloj movía tan lentas las agujas que por momentos parecía que iban de regreso.  Tic, tac, tic…

Alberto terminó su cortado, dejo unos pesos sobre la mesa y saludó con la mano. Alma volvió a juntar las cosas, guardó en su guardapolvo la propina y dejó en la pileta lo que después tenía que lavar. Se acodó en la barra a esperar, en un rato llegarían las señoras que salían de la clase de Zumba del club. Todos los días se presentaban del mismo modo, casi sin cambios, uno detrás de otro como un eterno deja vu.

Esa noche cerró a horario, caminó por el pasaje, cruzó de vereda y entró a su casa. Saludó a Gonzalez, su gato gordo atigrado que apenas movió una pata cuando encendió la luz de entrada. Se preparó un té granulado de jengibre y arándanos, dos de azúcar y se acostó a leer un poco de ese libro que la tenía ofuscada, pasando de hoja en hoja sin poder concentrarse ni en un solo párrafo.

Amaneció, con el libro sobre el pecho, los anteojos clavados en su nariz y Gonzalez ronroneando.

Se miró al espejo mientras se cepillaba los dientes, abrió la ducha y se quedó un buen rato con el agua en el cuello aflojando un poco la tensión de dormir incómoda. Se vistió, apenas revolvió un poco su pelo y salió de nuevo rumba al bar.

Caminó por el pasaje, cruzó de vereda y miró el cielo. El día comenzaba cálido, los tilos llenaban el aire de perfume y los gorriones picoteaban unas migas en el empedrado. Llegando a la esquina en un cantero con lavandas algo llamó su atención. Se acercó y ahí estaba, un sobre cerrado, sin remitente ni destinatario.

Abrió el bar, dejó bajo la barra su bolso y a trasluz trató de ver el interior del sobre. Se veía un papel, escrito a mano con una cursiva prolija, de esas que tienen las maestras de primaria. Se tomó unos minutos para decidir si lo abría y entró Alberto.

- Hola, ¿puede ser un cortado en jarrito?

Preparó el pedido sin dejar de mirar de reojo ese sobre, ese trozo de papel que la atraía curiosa.

Dejó el cortado a Alberto y sin pensarlo más tiempo tomó un cuchillo y abrió el sobre.

 

24 de abril de 1981.

Hola Alma. Hoy llegué, vengo desde lejos, no importa el lugar. Bajé en la estación del tren, las calles están abarrotadas de gente que camina rápido, dónde todos parecen estar preocupados, apurados y con mucho por hacer. Yo vengo ligero de equipaje, algunos cuadernos y una muda de ropa para estar prolijo. Llegué a San Telmo, las casas son altas y con ventanales, las puertas de madera maciza y de algunos balcones asoman macetas floridas.

 Te escribo en esta mesa, dónde hoy está Alberto tomando su cortado en jarrito, apuesto a que hoy decidió comenzar de nuevo su dieta y agitó ruidosamente el sobre de edulcorante. Hoy va a ser un buen día. Saludos a Gonzalez.