11.22.2012

Lavate las patas!!!



Esta mañana amanecimos con el tronar típico de la tormenta que se está por venir.
Entre modorra y pocas ganas de levantarme recuerdo que en la última lluvia terminé de destrozar el paraguas que tenía y no compré uno nuevo..... por lo tanto... se viene el empape.

Llego a la parada del cole, mucha gente, todos escapando de la lluvia...... veo el 99 y me lanzo a subirme.
Esquivo a los salames que se atoran en el medio y termino literalmente al final del colectivo, parada pero bien.
Y de golpe............ SE VIENE LE OLOR A PATA!!!!

Empiezo a mirar disimuladamente a ver de donde puede venir, todos aparentaban bien vestidos y bañados.... por las dudas me pegué una olida propia a ver si la campera mojada generaba tal aroma..... no.

Sigo mirando hasta que descubro...... ahí, sentada muy prolijamente.... una señorita con pinta de oficinista que estaba con sus piecitos por fuera de sus zapatos.......

El colectivo colmado de gente, las ventanillas cerradas por la lluvia, empezamos a sudar, los vidrios transpiraban y el olor a pata subía y subía sin pedir permiso. Caras de espanto, palabras no dichas que flotaban en el aire pero se entendían: HIJA DE PUTA PONETE LOS ZAPATOS!

Así que después de pensarlo durante media hora y darme cuenta que no había una manera elegante de decirle que nos estaba cagando la vida, decidí bajarme y tomar el subte B.


 


11.09.2012

Cacerolas y orgullo


Ayer iba caminando por Boyacá con mi mamá, rumbo a la marcha o cacerolazo, y sentí varias cosas.

Por un lado pensaba, con el recuerdo de la marcha anterior, que seguro iban a descalificarnos a los que participamos, que iban a decir que eramos unos pocos, que somos oligarcas terratenientes interesados en viajar a Miami y golpistas. Que pensamos en el dólar de todos los colores, que queremos importarnos licuadoras de última generación y que además de todo, la cacerola que golpeábamos era una Essen.

Sentí bronca por sentir que nadie escucha, bronca por no sentirme representada por ningún partido ni persona, bronca por empezar a tener miedo de salir de casa y no volver con todo lo que salí, bronca por que mis sobrinas no tienen la libertad que tenía yo de salir a la vereda y jugar sin que sea un riesgo.
Bronca por no sentirme protegida por la justicia, por saber que el que lastima tiene mas derechos que yo, bronca por no poder proyectar un futuro con un techo propio, bronca por que me cobran impuesto a las ganancias en un sueldo con el que no tengo posibilidad de ahorro.
Bronca por saber que hay 51 personas que no volvieron a sus casas ese 22 de febrero y que 9 meses después nadie hizo nada y las cosas siguen igual o peor. 
Bronca porque nos mienten diciendo que los precios no suben, porque nos dibujan números y estadísticas cuando al pueblo le interesa llegar a fin de mes.
Bronca de los modos, de las palabras hirientes, de la soberbia, de la sed de poder.


Pero también sentí mucho orgullo de ser hija de mis viejos. 
Orgullo porque me enseñaron a no conformarme, a luchar por lo que quiero, a decir las cosas, a escuchar, a proponer, a respetar y hacerme respetar. Orgullo de saber que fueron dos laburantes que pelearon el mango toda la vida, que construyeron de a poco el techo bajo el que crecí.

Mi mamá ayer se preparó, se armó la mochilita con un jarrito donde yo aprendí a hacer la salsa blanca, su cucharita de madera y fue a buscar ese espacio donde decir lo que tantos no quieren escuchar.

Gracias por enseñarme que no hay que rendirse y a seguir creyendo.

Nota: el jarrito no era Essen.